Entrevista a Dolors Fernández, autora de «El club del tigre blanco»

Entrevista a Dolors Fernández,
autora de «El club del tigre blanco»

Hoy D. Enrique, autor de El Anacronópete,  ha hecho un salto en el tiempo y viene a visitarnos a la editorial que lleva a gala su nombre, Gaspar & Rimbau, y que se honra en editar su obra. Su pirueta temporal tiene un motivo: entrevistar a una de nuestras escritoras más recientes, la barcelonesa Dolors Fernández. Su novela, El club del tigre blanco, que acaba de incorporarse al catálogo de novedades, ha impresionado a nuestro mentor, hombre versado en cronologías y cauto con las mujeres. En el tono singular que le caracteriza, D. Enrique nos regala sus pesquisas sobre El club del tigre blanco mientras atiende a las razones de su autora. La obra, y con motivo, le produce asombro y le invita a la reflexión.

Esta novela descarnada por momentos, humana y sensual, como las pasiones que describe, se sitúa a caballo entre España y Tailandia, entre lo sórdido y lo doméstico, a través de un argumento trepidante, con buenas dosis de ironía y cinismo, donde destacan sus cuatro protagonistas: Pip, un joven tailandés, una especie de marioneta en manos del destino; Azucena, una española desinhibida e ilusa, cuyas ganas de prosperar son el detonante de la historia; el Fantasma de la Ópera, tan melómano como fetichista y megalómano; y Papkao, la prostituta tailandesa que con su venganza se encarga de provocar el desenlace. El resultado es una obra atípica y excitante.

No es de extrañar, pues, que D. Enrique haya sucumbido a los encantos de El club del tigre blanco y desde su Valencia natal del siglo XIX haya decidido saltar en el tiempo para lograr la primicia de su publicación. En Gaspar & Rimbau, como no podía ser de otro modo. Por la misma razón, ha sido D. Enrique en primera persona quien ha querido entrevistar a nuestra autora, Dolors Fernández, en un alarde de osadía y caballerosidad.

Enrique: Buenos días, Dolors, es para mí un placer conocer a la autora de El club del tigre blanco, una obra que, permítame la franqueza, me asombrosa y desconcierta a partes iguales.

Dolors: D. Enrique, es para mí un honor estar hoy aquí con Vd., sin duda. Tener la oportunidad de conversar con un hombre de su tiempo, un escritor de su talla y un visionario a quien debo, además, la publicación de mi novela. Es casi un sueño.

E: Me abruman sus elogios, Dolors… Pero ahora hablemos, si no tiene inconveniente, de su novela. Ciertamente, su lectura me subyugó desde el principio y también me impresionó. Antes de intentar dilucidar algunos detalles de su libro, permítame la franqueza: no me la imaginaba en absoluto así.

D: ¿Ah, no, D. Enrique? ¿Cómo entonces?

E: Más, más… No me malinterprete, por favor, mi intención no es ofenderla, pero es que la historia que narra en su novela no es propia del bello sexo. Me figuraba yo que tendría Vd. un aire más varonil.

D: D. Enrique, los tiempos han cambiado. En el siglo XXI nos hemos sacudido muchos prejuicios y cualquiera, independientemente de su sexo, puede abordar el tema que le interese, como yo en El club del tigre blanco.

E: Ciertamente son otros tiempos bien distintos. Anotaré en mi cuaderno de bitácora esta particularidad sobre las mujeres en el siglo XXI. Y ahora regresemos a su novela, Dolors, que es el tema que nos ocupa. Al situar El club del tigre blanco en la nación tailandesa, el antiguo reino de Siam, gozará Vd. de un generoso caudal de conocimientos sobre el país asiático, tan alejado él de nuestra Península ibérica.

D: Bueno, siempre que se narran historias fuera del ámbito próximo, conocido, hay que hacer, digamos, un esfuerzo extra. En este caso he leído mucho, me he documentado y he viajado a Tailandia.

E: Pero ¿por qué Tailandia para su ópera prima? A buen seguro que hay alguna razón.

D: Pues porque aparte de ser el país de las sonrisas, es un paraíso para las drogas y el sexo, y el detonante de mi historia tiene que ver mucho con eso. Todos los personajes tienen algo en común: la búsqueda de un afrodisíaco muy potente, casi sagrado, que se extrae del tigre blanco. Y algo así solo podía pasar en un país del sudeste asiático.

E: Fíjese, Dolors, que al oírla hablar, me la he representado mentalmente como  a Jasón en  busca del mítico vellocino de oro. Usted y sus argonautas: Pip, Azucena, el Fantasma de la Ópera y Pakpao.

D: Ja, ja, ja, ni se me había pasado por la imaginación, D. Enrique… ¡Qué mas quisiera yo que poder recrear el mito del vellocino de oro versión siglo XXI!

E: ¿Por qué no? Sin embargo, observo sensibles diferencias entre sus “argonautas”. Azucena Cifuentes es un personaje muy diferente a los demás, que se mueven en la degradación e  indigencia moral.

D: Azu es una chica del primer mundo, soñadora, inocente y naíf, como buena parte de nuestra sociedad occidental. Lleva una vida que puede considerarse “normal”, sin muchas perspectivas, sin inquietudes, sin demasiadas complicaciones. Es una “aburrida” existencial, un nuevo tipo emergente, que se diferencia del nihilista, pero que tiene puntos de contacto con él.  Y desde esa aparente trivialidad, la anécdota más insignificante desencadena una serie de acciones imprevisibles que implican un mundo tan alejado del suyo como es Tailandia.

E: ¿Como en el efecto mariposa? Procuro documentarme sobre los grandes avances de su siglo y las teorías del insigne Edward Norton Lorenz me parecen cautivadoras.

D: Algo así, en efecto. Usted lo expresa mucho mejor que yo, D. Enrique.

E: Por otro lado, el resto de personajes es extrañamente inusual. ¿En quién se inspiró para crear al Fantasma de la Ópera? ¿No cree que es excesivamente histriónico?

D: Algo de esperpéntico tiene, es cierto, pero ¿quién no conoce a seres prepotentes, petulantes, esos presuntos “grandes hombres” que están convencidos de que la vida es un gran self service?

…creo que todos escondemos uno, dos, tres o cuatro pequeños perturbadores dentro de nosotros. Yo, hasta cinco o seis.

E: ¿Por ejemplo, Doña Dolors?

D: ¿Quiere Vd. que me pierda, D. Enrique? Si me estira de la lengua me tendré que mudar de ciudad, incluso de país… Y apéeme del “Doña”, por favor, que me queda grande y antiguo.

E: Ah, claro, claro, disculpe mi poco tacto.

D: Está disculpado. Además, le confesaré algo: como el escritor Muñoz Rengel, creo que todos escondemos uno, dos, tres o cuatro pequeños perturbadores dentro de nosotros. Yo, hasta cinco o seis.

E: ¿Y esa perturbadora que radica en su interior es la que la ha impelido hacia los bajos fondos de Bangkok? ¿También allí ha conocido a algún Crocodrile Bang? Paréceme un ser temible y  siniestro.

D: Todos tenemos un pasado, un depósito del horror real e imaginario que ayuda al escritor a perpetrar esos crímenes narrativos, a crear esos Frankenstein que llamamos personajes. En mi viaje a Tailandia puede decirse que tuve encuentros muy “literarios”, respiré la atmósfera de la calle Soi Cowboy y me relacioné con algún que otro Crocodrile Bang, aunque pude escapar a tiempo. La noche confunde, pero las sombras que proyecta, bien gestionadas, pueden dar excelente resultados.

Y ahora permítame a mí hacerle una pregunta, D. Enrique: ¿cuál es su personaje favorito en El club del tigre blanco? Yo le confesaré que siento debilidad por Crocodrile, pese a su aspecto repulsivo.

E: Francamente, me pone Vd. en un aprieto. ¡Crocodrile, dice? Al hacer tal afirmación manifiesta una aspereza de carácter realmente impropia…

D: ¿Del sexo débil o del bello sexo?

E: ¡De cualquier sexo! Es un ser perverso y depravado, aunque en verdad ninguno de ellos es un dechado de virtudes.

D: Por supuesto que no, son personajes grises, como todos nosotros. Solo que ellos, tal vez, tiran un poco más hacia el negro. Aun así, seguro que alguno habrá…

E: Bueno, si me impone la tesitura de elegir, no deseo ser descortés, Dolors. Ejem, yo, que soy un hombre de convicciones firmes, le diría que Pakpao es la que me provoca una suerte de admiración compasiva. Es bella y leal, pero su ira es comparable a la de una Erinia, y eso me perturba.

D: Buena elección, D. Enrique. Pakpao es excitante. Una tailandesa con un destino bastante claro que se rebela contra el fatalismo de su vida. De ahí su rabia, y de ahí que se convierta en “Mariposa de la Luz”. Y hasta aquí puedo leer.

El infierno existe en Tailandia y mucho más cerca también.

E: Realmente es un enfoque que no había contemplado hasta ahora… ¿Puede suceder que Pakpao funcione en la novela como su alter ego? Ya sabe que es una indagación clásica en cualquier obra que se precie desde tiempos inmemoriales.

D: Yo no diría tanto, D. Enrique, pero ¿quién sabe de lo que seríamos capaces cualquiera de nosotros en situaciones límite? El infierno existe en Tailandia y mucho más cerca también.

E: ¿Eso es lo que quería mostrar a sus lectores con esta novela, el infierno del siglo XXI?

D: Creo que en el fondo sí, el infierno en Tailandia o en cualquier otro lugar. Aunque no me planteé la novela en esos términos, pero la historia me ha ido llevando por ahí. La relación de fuerzas que se establece entre los personajes de mi novela sería extrapolable a cualquier ciudad del mundo con algunas modificaciones. Cuestiones cosméticas.

E: Por lo que veo no han cambiado tanto las cosas en siglo y medio… Y yo que me había ilusionado tanto con esta época… Oírla hablar de infierno, Dolors, se me hace extraño y me inquieta. Su novela destila, cuando menos, agnosticismo y anticlericalismo.

D: Lo del infierno es una metáfora muy empleada hoy en día. No soy para nada religiosa, pero tampoco soy una anticlerical furibunda. En mi novela el misionero solo recibe lo que se merece.

E: En mi época podría enfrentarse a un auto de fe por atreverse a decir algo así.

D: D. Enrique, ¿me está Vd. llamando bruja, hereje?

E: ¡Nada más lejos de mi pensamiento, Dolors! Algunas tropelías, sin lugar a dudas, se han cometido en nombre de Dios. Pero una oveja descarriada no debiera ensuciar el buen nombre de todo el rebaño.

D: ¡Pero si es que las descarriadas son legión, D. Enrique! Con todos mis respetos, menos rebaños y más personas, y que luego cada cual profese la religión que le venga en gana, que para eso debiera ser una elección personal e intransferible.

¿Héroes en El club del tigre blanco…? ¡Imposible! Yo soy más de antihéroes.

E: Sin embargo, no todo es abominación en su novela. Tras esta trama de corrupción, tras esta galería de personajes del lumpen (ahora hablo como mi admirado colega alemán Karl Marx), asoma a menudo un tono humorístico y despreocupado, asaz posmoderno según mis últimas indagaciones. Es algo que me desconcierta.

D: Soy hija de mi tiempo, D. Enrique: descreída, escéptica, sarcástica por momentos.  Compréndalo, me niego a asumir un tono doctrinal o moralizante en el que no creo. No seré yo quien le diga a nadie lo que tiene que hacer, y  menos a mis lectores. Los héroes y los finales felices murieron hace mucho…

E: Con razón andaba yo a la zaga de algún héroe con empaque y he optado por desistir…

D: ¡Claro, D. Enrique! ¿Héroes en El club del tigre blanco…? ¡Imposible! Yo soy más de antihéroes.

E: ¡Válganos Dios! ¿Quién va a trazar entonces esa necesaria línea entre el bien y el mal?

D: Cada cual traza sus líneas, a veces torcidas, y escribe su destino, D. Enrique. A eso se le llama libre albedrío, aunque no sé yo si considerarlo libre, lo que se dice libre…

E: Meditaré lo que me ha dicho, Dolors. Es Vd. una mujer sorprendente. Creo que habré de invertir en ello algún tiempo, pero aplaudo su valentía y el coraje que destila su obra. Se me quedan preguntas en el tintero, pero el tiempo se me acaba. Me esperan deberes inexcusables en otro tiempo y en otro lugar, aunque no tan lejano de este como el reino de Tailandia. Le deseo que su novela coseche muchos éxitos y que más pronto que tarde podamos reanudar este coloquio.

D: Lo mismo digo, D. Enrique, un placer haberle conocido. Que el reencuentro llegue pronto, quién sabe, tal vez en un tiempo futuro, a bordo de su Anacronópete…