por Alberto García Gutiérrez
“Todo lo que una persona pueda imaginar otra lo hará realidad.”
Julio Verne
Máquinas y ciudades
Al principio las máquinas eran una anécdota en el devenir de la especie humana. Sí, desde la antigüedad los seres humanos habían ideado herramientas para facilitar sus tareas diarias; primero para la caza, pesca y recolección, luego con la aparición de la agricultura y ganadería estas herramientas se fueron perfeccionando para a lo largo de los siguientes siglos tender a la especialización y en casos concretos a la originalidad.
En la época clásica griega hubo los primeros intentos de creación de una máquina de vapor o de lo que hoy definiríamos como robots o androides que cayeron en el olvido, en la Edad Media sabios como San Alberto Magno construyó un rudimentario robot de madera, que fue hecho virutas por su discípulo, el futuro santo, Tomás de Aquino.
Es en el Renacimiento, cuando se da inicio a lo que será el reinado de las máquinas en el mundo de la especie humana. Leonardo Da Vinci, otro sabio precursor y quintaesencia de hombre de ciencia y de arte sería el que diseñara todo un abanico de máquinas de guerra, para la construcción de ciudades y fortalezas, para poder volar, eran solo bocetos, esbozos, ideas en papel pero esas ideas sobre máquinas empezaron poco a poco, desde el siglo XVI en adelante, a ser realidad, a calar en la imaginación de los seres humanos.
Sería a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, con lo inicios de lo que se ha bautizado como revolución industrial, cuando aparecen, no sin grandes polémicas y reacciones contrarias a ellas, las primeras máquinas que agilizan tanto la producción de artículos como acortan las distancias empleándose en los transportes. Será en las grandes ciudades de Occidente donde las máquinas serán vistas, presentadas, utilizadas por primera vez y, al final, serán cotidianas y parte del paisaje urbano haciendo que su presencia se vuelva necesaria y obvia por los habitantes de aquellas urbes decimonónicas.
Todas las máquinas que damos por hecho hoy como presentes en nuestra vida diaria, y que no podemos prescindir de ellas sin una merma en la calidad de la misma, fueron una realidad hace cien, ciento cincuenta o más años, fueron imaginadas, diseñadas, experimentadas, una realidad en nuestro pasado y al principio suscitaron asombro, curiosidad o temor…y al final se impusieron porque eran útiles a la especie humana.
A partir del siglo XIX se produciría una gran explosión de invenciones, de máquinas. El barco, la locomotora y el ferrocarril a vapor, la máquina analítica de Charles Babbage para el cálculo matemático, la fotografía y el papel fotográfico, el código Morse, el telégrafo, la rotativa, el gas para la iluminación y como fuente de energía, la turbina hidráulica, el cable telegráfico submarino, la batería recargable, el teléfono, el fonógrafo y el cilindro de grabación, la lámpara o bombilla incandescente, la electricidad como fuente de energía, la máquina de coser, el refrigerador, la lámpara de arco, el ascensor, la máquina de escribir, el motor de combustión interna, el de gas y el de gasolina, el ventilador eléctrico, el linotipo, la bicicleta, la motocicleta, el automóvil a motor de gasolina, el tranvía eléctrico y el submarino, el cinematógrafo entre otras muchas… cientos de miles de ellas.
El mundo del siglo XIX sería un mundo de máquinas al servicio del ser humano. Ya no se podía concebir la civilización sin ellas y sería en las ciudades donde serían vistas, servirían al ser humano y al final cohabitarán con él. De las más sencillas a las más complicadas. Veamos unos sencillos ejemplos, de los miles que hay.
Cuando las ciudades empezaron su crecimiento hubo problemas de control viario, lo carruajes, los carromatos, los peatones, estaban todos en un caos diario que ponía a prueba al más osado para pasar de una acera a otra o para poder subir a un coche de caballos, luego tranvía o a un futuro taxi. Sería en Londres en 1868, en tiempos de la reina Victoria, que aparecería el primer semáforo.
Hoy sería imposible que ciudades como Madrid, Buenos Aires, New York, Nueva Delhi y el resto de las existentes en el planeta pudieran tener una racional red viaria sin algo tan sencillo como el semáforo. El ingeniero ferroviario John Peake Knight diseñó el primer semáforo y fue instalado a las afueras del edificio del Parlamento británico, en Westminster.
El tiempo es oro. El viejo refrán es toda una realidad. Pronto el crecimiento poblacional en las ciudades haría que los medios de transporte tuvieran que hacer frente a una demanda de cientos de miles de trabajadores que debían de llegar de forma puntual a sus puestos de trabajo. Los turnos horarios, la producción y de nuevo la racionalización de la vía pública hizo necesaria la aparición de un nuevo medio de transporte que fuera eficaz y eficiente: el metropolitano subterráneo o metro. De nuevo sería la gran urbe de Londres, en tiempos de la reina Victoria, la que iniciaría la hegemonía del metro subterráneo, en 1863 los primeros viajeros, como puede observarse en la fotografía, viajaban en unos incómodos y descubiertos vagones que se introducían en el interior de la tierra.
El éxito de lo que a ojos de los críticos provocaría ahogos y mareos hasta la muerte dio paso a que al cabo de decenios ciudades como París, Berlín, New York, Madrid o Moscú tuvieran redes subterráneas de metro de kilómetros y kilómetros de recorrido y metros de profundidad.
La movilidad del peatón no solo era para poder ir al trabajo o para acceder a través de carruajes o tranvías, metro o taxi a otros lugares de aquellas ciudades del XIX.
Los edificios crecieron en vertical y eso comportaba, en casos como los grandes almacenes o lo edificios públicos, la necesaria inventiva para que se consiguiera descongestionar de forma ágil el volumen de personas que accedían a las diferentes plantas de aquellos edificios. Dos inventos revolucionaron aquella necesidad, el ascensor y las escaleras mecánicas.
En el caso del ascensor, este fue presentado en Nueva York el 23 de marzo de 1857 y era una invención de Elishá Graves Otis, en un edificio de cinco plantas en Broadway, en la tienda de objetos de porcelana Haughwout & Co.
En el caso de las escaleras mecánicas fueron invento de 1859, Nathan Ames presentó en Michigan, Estados Unidos, la imagen corresponde a la primera escalera mecánica en España instalada en la ciudad de Valencia en 1909.
Las comunicaciones fueron esenciales en las grandes ciudades y fuera de ellas. La aparición del teléfono, invención de Alexander Graham Bell, aunque hubo otros genios que posibilitaron el avance evolutivo hacia el teléfono de Bell, constituyó la revolución tecnológica más importante a nivel de comunicaciones instantáneas. El teléfono poseía algo que superaba a otros medios de comunicación como el telégrafo y similares, no debía descodificarse su contenido porque la voz era lo que portaba como medio comunicativo. Fue algo extraordinario porque las personas podían comunicarse de forma directa y con su voz a grandes distancias. En la imagen podemos ver al inventor del abuelo del móvil actual en su presentación oficial del invento en 1876.
Pronto en las ciudades, y luego en los demás núcleos de población irán apareciendo las cabinas de teléfono que reinaron hasta hace muy poco en el paisaje urbano y rural. En la imagen la primera cabina de teléfono de España en 1928 en la zona del Parque del Retiro, en la sala de fiestas Florida Park.
Semáforo, metro, ascensor, escaleras mecánicas, teléfono, cabina de teléfono, este último hasta la aparición del móvil…nos son hoy en día, y fueron en el momento de su puesta en marcha, invenciones tan necesarias que no podríamos concebir nuestro mundo sin ellas.
Y esto solo fue el principio, como veremos en próximos capítulos.
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