Existe un criterio casi unánime de establecer los orígenes de la “tabla parlante” en las postrimerías del siglo XIX. Este juego de mesa, nació como un divertimento para infantes y tenía como finalidad dar respuestas a preguntas un tanto indiscretas, consultas sobre el porvenir, sobre sucesos del pasado o sobre el presente desconocido. Por supuesto, muchos de ustedes ya habrán adivinado que la “tabla parlante” no es otra cosa más que una ouija.
Quienes supieron sacar provecho de este inocente juego de mesa fueron los obsesivos practicantes del espiritismo y sus ansias desmesuradas de entablar relaciones con los seres del más allá. Fue en este sentido que afirmaron rotundamente que la ouija era o funcionaba como una llave que abría las puertas de lo intangible, un canal propiciatorio para entablar diálogo con los espíritus de los muertos y… otras entidades sobrenaturales. Y así fue como durante este siglo, el XIX, se entabló un canal de diálogo más o menos fluido, entre vivos y muertos.
Y así fue que yo también quise entablar un diálogo con los seres del más allá. Quise probar mi valor y probar la posibilidad de la existencia, más allá de los parámetros que nos resultan cotidianos y conocidos. Arropado con todo el valor que un hombre simple puede tener, aquel viernes perdido de junio, a las tres de la madrugada y con aquel grupo de gente poco recomendable, me puse a “jugar” yo también con la “tabla parlante”. Y todo esto era porque -sencillamente como curioso que soy- quería comprobar por mí mismo, si era verdadero aquello que se decía de los contactos con los espíritus, o si, por el contrario, solamente era puro palabrerío, supercherías baratas de feria.
Por eso esa noche dejé de lado mis pensamientos más profanos y aliviané mi alma lo más que pude, por eso seguí con suma atención la invocación de quien profesaba de médium y esperé con las ansias de un niño, experimentar lo inusual, una bocanada de peligro. Finalmente, y luego de unos segundos que me parecieron una eternidad, ante la primera pregunta del médium, referente a -“¿si había alguna entidad sobre natural entre nosotros?” vi, con un terror indescriptible y que me acompañará por el resto de mis días, como el indicador del tablero de la ouija, se movía señalando la palabra: NO.
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